miércoles, 25 de noviembre de 2009

EUGENE ATGET







Es evidente que la ciudad que caracterizó la transición desde la cultura decimonónica hacia la vanguardia fue la ciudad de París, que fue el campo de trabajo de Eugène Atget, un fotógrafo que debe ser considerado como una de las figuras de mayor influencia en la fotografía moderna de arquitectura. Atget elaboró, desde 1897 hasta su muerte en 1927 uno de los inventarios fotográficos de arquitectura de mayor envergadura, compuesto por más de 10.000 imágenes.La biografía de Atget es intensa y dramática, ya que a los pocos años queda huérfano de padre y madre, pasando por tanto a vivir con sus abuelos. Cuando aún era un adolescente, se enrola en la marina mercante para acabar, poco después, en París, matriculado en el Conservatorio. Sin embargo, las penurias económicas de Atget le obligaron a alistarse en el ejército, por lo que fue expulsado del Conservatorio, frustrándose. Después de rondar toda Francia junto a unos músicos ambulantes, se dedica a la pintura, aunque será este un nuevo fracaso. Finalmente, decide adoptar la cámara fotográfica, e inicia una labor sistemática de documentación de la ciudad.

Atget inicia uno de los “retratos colectivos” de más intensidad visual de la historia de la fotografía, intentando esbozar, por medio de sus miles de imágenes, la sutil personalidad de esa ciudad de París, cambiante, en transformación, a las puertas de la nueva modernidad. Sus series fotográficas se acercaron a los edificios en demolición, a los parques y jardines, a los coches, burdeles y escaparates, pero siempre acercándose siempre a una realidad construida desde el sutil reflejo de su percepción. Incluso en su famosa serie de espacios interiores, el espacio aparece, casi siempre, duplicado, reflejado y misterioso.



















Técnica y trabajo de Atget
Su técnica era de los más simple: una cámara grande –siempre utilizada sobre trípode- para placas de 18 x 24cm. Su lente era una Rapid Rectilinear, colocada al menor diafragma posible. Su distancia focal no es conocida –la lente fue perdida después de su muerte-, pero debió ser bastante corta, porque muchas de sus imágenes muestran una enfática perspectiva y la parte superior de sus negativos muestra un cristal desnudo donde termina la imagen. Transfería las placas de vidrio, con luz diurna, a un papel de copia aristo, dando tono a las copias con cloruro de oro. El estilo técnico de Atget era por tanto el del siglo XIX y, al contemplar sus fotos, se hace a menudo difícil de creer que la mayor parte de su obra fuera realizada después de 1900. Rara vez hizo una pose que pudiera ser denominada instantánea: los objetos móviles quedan a menudo borroso, y cuando fotografió a personas parece obvio que les pidió que posaran. En una fotografía de Atget, todo detalle se destaca con notable claridad.


















Entre las miles de fotos que realizó Atget, están las que trascienden el documento y se acercan a lo lírico, porque poseía una notable visión. Podía encontrar una cualidad humana donde no aparece ser humano alguno. Sus interiores llevan a sentir que las personas cuyo hogar está retratando se acaban de apartar hacia detrás de la cámara, mientras él enfoca y cuadra, y volverán apenas la lente que obturada. En exteriores trabajaba a primera hora de la mañana, para evitar que le molestaran los curiosos, y así sus fotos poseen la atmósfera de la luz temprana. Su obra no contiene referencias a otro medio gráfico que a la fotografía misma.









ENTREVISTA




Miguel Otxotorena. Ex director de la escuela de arquitectura y actual profesor de la asignatura de proyectos de tercer curso nos habla sobre la incorporación del plan Bolonia y lo que esto conlleva.

¿Qué va a ser Ingeniería de Edificación?
De momento, el nuevo ingeniero de edificación va a tener las mismas atribucionesque
tenía el aparejador o arquitecto técnico y muchos de los actuales aparejadores aspirarán a la nueva titulación y la adquirirán mediante un complemento en su formación. Por otro
lado, vamos a tener más tiempo para formar a un profesional que tiene las mismas competencias
profesionales, pero hay unmatiz: no es que la carrera pase exactamente de 3 a 4 años, ya que antes el proyecto finde carrera estaba fuersa de los 3 años y ahora va estar dentro de los 4.Por lo que hay medio curso de diferencia. Y se está perfilando un curso puente para pasar de la antigua titulación de Arquitectura Técnica al nuevo título de Ingeniería de Edificación con una duración aproximada de medio curso. Lógicamente, habrá más contenidos y tenemos el afán de que la carrera sea más intensa y proporcionar a los estudiantes una mejor formación.

¿Qué va a pasar con los cerca de 450 alumnos que hoy estudian Arquitectura Técnica?

Ellos seguirán haciendo su carrera normal. El próximo curso empezará 1º de Ingeniería de Edificación y los que ahora están en nuestras aulas seguirán con la vieja ArquitecturaTécnica, la acabarán
tranquilamente y, a continuación, seguramente harán el curso puente para convertirse en ingenieros de edificación.

¿Qué cambios va a experimentar la carrera?
Queremos que la nueva carrera tenga el máximo de ambición y nivel, que esté a la altura de Arquitectura y las ingenierías superiores, y que esto se transmita al conjunto de la población.
El cambio de denominación está animando a gente a interesarse. Parece ser que el nombre de ‘ingeniería’ está acompañado de cierto prestigio.

¿Cambiará también el método docente?
Sí, más de lo que parece. Buena parte de los contenidos docentes van a ser extensiones desde los de la antigua carrera. Las mismas asignaturas con algunos complementos para atender necesidades nuevas como la seguridad y prevención en la construcción, el control de calidad y costos, la sostenibilidad y la protección contra incendios. Son temas que hoy están en primer plano y suscitan mayor atención en la ciudadanía,la administración y el sector. Hay otros aspectos que tienen que ver con la dimensión de la gestión empresarial, perfil más característico del ingeniero de edificación. El arquitecto tiene una vertiente de diseño y creatividad muy específica, mientrasque el ingeniero de edificación tiene una vertiente más de gestión a todos los niveles. A la hora de pensar en qué orientación más específica podemos tener en nuestra escuela para la nueva carrera hemos barajado la idea de la gestión de proyectos, un ámbito más asociado hasta ahora a las ingenierías industriales, que extendían su radio de acción a la edificación. El ingeniero de edificación será un profesional muy cualificado para trabajar en el amplio campo de especializaciones que hayen el sector, desde la propia ejecución de las obras hasta la gestión de las empresas de promoción y construcción a más alto nivel.

¿Qué expectativas les esperan a quienes terminen la carrera ante una crisis que se ha cebado con el sector de la construcción?
Hasta la llegada de la crisis, el título de aparejador era el más polivalente del mercado y el que mejor índice de colocación tenía. Con la crisis, el sector está muy parado. El perfil sigue siendo igual de bueno para trabajar, incluso más cualificado. Nuestros alumnos van a salir muy bien preparados para responder en muchos puestos de trabajo diferentes, desde el del jefe de obra a integrarse en una oficina de proyectos, arquitectura o ingeniería, pasando por un gabinete de estudios de una empresa constructora e irse accediendo poco a poco en puestos de responsabilidad. IngenieríadeEdificación va a ser una titulación muy polivalente. Pero es cierto que los nuevos ingenieros de edificación van a tener que estar preparados para competir. Puede que el sector adelgace y la construcción tenga un volumen menor en los próximos años, por lo que el que salga adelante será el que esté mejor preparado y tenga más capacidad de lucha. Van a tener que competir en unas condiciones exigentes que hace unos años, cuando nos quitaban los estudiantes de las manos, no existían. A lo mejor van a tener que peregrinar más para encontrar trabaj y esforzarse un poco más parasituarse bien.

Muchas gracias.
RETRATOS

La verdad en duda. Tema de trabajo en grupo con Odone y Begoña. Buen día realizándolo, ya que el tema era muy interesante.























martes, 17 de noviembre de 2009

OTAZU







Una tarde en la bodega. me pareció una práctica muy buena, ya que tanto el paisaje en el cual se encuentra, como el interior de ésta, tenía un gran interés. El arquitecto supo muy bien mantener el edificio ya existente y ampliar la zona de los barriles.
Además, la cata de vinos junto con su explicación estuvo muy bien.







































miércoles, 11 de noviembre de 2009


RINCONES








Tras una tarde recorriendo el casco viejo de Pamplona, realicé unas fotos de lo más interesante de aquel día. Pasando por el famoso caballo blanco donde tantas veces hemos estado, hasta la mítica plaza del Castillo con su café Iruña. Se echará de menos Pamplona.



























sábado, 7 de noviembre de 2009

CUENTO DE NAVIDAD DE AUGGI WREN




















Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.



Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. El trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.

Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.

Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una.






Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me ocurría qué podía decirle a Auggie, así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:

-Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.

Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Auggie.

Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguien- te, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.
-Mañana y mañana y mañana -murmuró entre dientes-, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.
Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ese era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla.

A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?

Pasé los siguientes días desesperado, guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Navidad. Las propias palabras «cuento de Navidad» tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.

No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.

-¿Un cuento de Navidad? -dijo él cuando yo hube terminado-. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

Fuimos a Jack's, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas en las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia

-Fue en el verano del setenta y dos -dijo-. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.
»Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podía haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o su abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?

Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.

»La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin

»-¿Eres tú, Robert? -dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.



»Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.



»-Sabía que vendrías, Robert -dice-. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.



»Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.



»Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabas salían de mi boca.



»-Está bien, abuela Ethel -dije-. He vuelto para verte el día de Navidad.



»No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así, y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.


No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente

»Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba, yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.

»-Eso es estupendo, Robert -decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo-. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.

»Al cabo de un rato empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.

»Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.

No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Dema- siado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.

-¿Volviste alguna vez? -le pregunté.

-Una sola -contestó-. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.

-Probablemente había muerto.

-Sí, probablemente.

-Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.

-Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.

-Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.

-Le mentí, y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.

-La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.

-Todo por el arte, ¿eh, Paul?

-Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.

-Y ahora tú tienes tu cuento de Navidad, ¿no?

-Sí -dije-. Supongo que sí.

Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.

-Eres un as, Auggie -dije-. Gracias por ayudarme.

-Siempre que quieras -contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos-. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?

-Supongo que estoy en deuda contigo.

-No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.

-Excepto el almuerzo.

-Eso es. Excepto el almuerzo.

Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.

REGLAS DE LA COMPOSICIÓN

Encuadre




Regla de los tercios





Sencillez




Equilibrio




Líneas




Figura fondo